Por Juan Ariel Jiménez
Todos recordamos la alegría que sentíamos de niños al recibir regalos en Navidad, con la emoción de no saber qué nos traerían Santa Claus, el Niño Jesús o la Vieja Belén. Pero al crecer, entendimos que los adultos responsables no crían a sus hijos a base de regalos. Lo importante es educarlos, inculcarles disciplina y darles ejemplo de trabajo constante, para que, al llegar a la adultez, puedan valerse por sí mismos.
De la misma manera, un gobierno con visión de desarrollo no debe fundamentar sus políticas públicas en la repartición de dinero, sino en la construcción de infraestructuras, la formación de capital humano, la innovación y el fortalecimiento institucional. Hay una vasta teoría económica que permite ajustar el énfasis en cualquiera de estos elementos, pero lo que no existe, ni en libros ni en la historia, son gobiernos exitosos que hayan basado su estrategia de desarrollo en repartir ayudas indiscriminadamente.
Sin embargo, la administración actual, en su afán de ser un “gobierno histórico”, parece decidido a inventar una nueva teoría: la del “dao y el regalao”. Este gobierno se ha transformado en un Santa Claus permanente, repartiendo dinero durante todo el año con nombres simpáticos como la “brisita navideña” o el “cariñito para mamá”.
El problema no es solo la falta de estrategia detrás de estas entregas, sino la evidente falta de focalización. Este fin de semana descubrimos que medio país estaba entre los beneficiarios de la famosa “brisita”, al punto de incluir a ex presidentes de la República entre los “agraciados de la benevolencia del gobierno”.
Y es que el problema de focalización se hace evidente cuando el gobierno anuncia que va a entregar la ayuda de 1,500 pesos a 3 millones de dominicanos, pero su propio Ministerio de Economía reporta que hay menos de 2.1 millones de personas en condiciones de pobreza en el país. En pocas palabras, al menos uno de cada tres beneficiarios no necesitaba esa ayuda.
Por si fuera poco, no pasarán muchos días antes de que veamos en las redes sociales los ya acostumbrados videos de personas comprando electrodomésticos con múltiples tarjetas de ayuda. Esto no solo representa un despilfarro, sino también una burla para aquellos dominicanos que realmente necesitan el apoyo del Estado.
Ante este panorama, vale la pena hacerse algunas preguntas: ¿Qué pasaría si se diseñara una estrategia más eficiente? ¿Sería posible, con los avances tecnológicos y en ciencias de datos, implementar un sistema que realmente adapte las ayudas a las necesidades de las personas?
En un mundo ideal, las ayudas deberían ajustarse a las circunstancias específicas de cada familia para ayudarlas a sobrepasar las dificultades estructurales que las condenan a la pobreza. No enfrenta los mismos retos una familia con miembros enfermos o con discapacidades severas que una familia joven y en edad productiva. Tampoco son iguales las necesidades de quienes viven en ciudades con alto dinamismo económico y oportunidades laborales a las de quienes residen en comunidades marginadas y rodeadas de pobreza estructural.
Por ejemplo, el Estado podría otorgar ayudas significativamente mayores a mujeres en situación de pobreza que son jefas de hogar y tienen a su cargo personas envejecientes o con discapacidades severas. Estas mujeres suelen quedar atrapadas en la pobreza porque no pueden conciliar el cuidado familiar con la necesidad de trabajar y generar ingresos, y realizan un trabajo no remunerado al estar a cargo de las actividades del hogar.
n ese sentido, el programa Keluarga Harapan de Indonesia es un modelo interesante, pues contempla aumentos del monto de las transferencias para hogares con necesidades especiales o que residen en áreas particularmente desfavorecidas.
Otro ejemplo sería el caso de comunidades afectadas por desastres naturales. Las familias en estas áreas podrían recibir montos mayores de forma temporal para compensar la pérdida de ingresos y evitar el colapso de la economía local, disminuyendo la transferencia progresivamente en la medida de que se recupera la economía.
Kenia y Etiopia serían buenos ejemplos del criterio anterior, pues con sus programas de redes de seguridad alimentaria ajustan el monto transferido en las temporadas de sequías o inundaciones.
Estas experiencias internacionales demuestran que es posible identificar criterios claros y diseñar políticas sociales inteligentes que ajusten los montos transferidos a las condiciones particulares de cada familia. De esta manera, se podría pasar de repartir dinero a “diestra y siniestra” a una política de apoyo social focalizada en atacar los determinantes estructurales de la pobreza.
En conclusión, los gobiernos que apuestan por el desarrollo sostenible se asemejan más a un entrenador que entrena y estimula a sus atletas que a un Santa Claus que reparte regalos indiscriminadamente. Repartir por repartir puede ser popular, pero no es responsable. Es hora de que las ayudas sociales sean herramientas de transformación, no instrumentos de populismo. El verdadero progreso se construye invirtiendo en el futuro, no comprando aplausos en el presente.
(Publicado originalmente en el periódico Listín Diario)