Es el pan cotidiano, pero la nombradía del depredador sexual convierte en espectáculo inocuo el delito. Satisfacción circense de una sociedad que mira para otro lado cuando lo comete un don nadie. Pero no hay que equivocarse al apreciar las reacciones públicas. Wander Franco no está bajo los focos por estar acusado de la comisión de un crimen, sino por ser Wander Franco: un campocorto del béisbol profesional que juega para los Tampa Bay Rays en las Grandes Ligas.
Más pesa su caída en picado como pelotero, que la naturaleza de los hechos que se le imputan. «Esa muchachita tiene más millas que un Sonata», escribió un tuitero. Él no es culpable de nada. Ella es culpable de todo. «Sabe» demasiado para alegar inocencia.
Wander Franco tiene biografía en Wikipedia e incontables notas aun en los medios más inimaginables, no solo en los tradicionales y arraigados en el universo mediático, nacionales y extranjeros. Lo nimba un contrato en el 2022 con Grandes Ligas por once años y una paga de 182 millones de dólares, de los que ya ha recibido 3.9 millones, algo así como 226.2 millones de pesos en menos de dos años. Suficientes para comprarse una casa en Tampa, Estados Unidos, valorada en pocos más de un millón y medio de dólares; un Lamborghini Huracán, un Mercedes Benz 450; un Mercedes Benz Gle 53, un Cadillac Escalade y un Land Rover Velar.
Si eran para su uso personal o quién sabe para qué, es harina de otro costal.
Con solo comprarlos gritaba a los cuatro vientos su estatus y su bonanza económica gracias a sus habilidades deportivas. Como también era altoparlante de su poder el helicóptero en el que, según el expediente acusatorio, llegó a aterrizar en Montellano en busca de la niña que hoy lo tiene en la palestra por razones ominosas.
Padre por primera vez en el 2018 y por segunda en el 2022, se casará con la madre de las criaturas en este último año, el de su buena estrella en las Grandes Ligas. Precoz como padre y precoz como nuevo rico. Al parecer, también aficionado a las adolescentes.
«Me arriesgué y me gustó», le escribió Wander Franco a la niña de catorce años con la que tuvo relaciones sexuales repetidas veces. Describía las consecuencias que podría tener en su carrera el conocimiento público de su abusiva relación. Hasta ahora, está suspendido de manera indefinida, pero la sanción puede ir a más. Algunos cronistas aseguran enfáticos que Wander Franco está terminado. Podría pagar caro su osadía ante el riesgo.
Lo que no parece haberle pasado por la cabeza en momento alguno fue que sostener relaciones sexuales con una persona menor en República Dominicana tipifica como delito. El literal c) del artículo 396 de la Ley 136-03, conocida como Código del Menor, es taxativo al respecto. Aunque quizá no fue ignorancia, sino prevalimiento en la permisividad de la cultura social dominicana frente al abuso sexual de menores, unido a la certidumbre de la invulnerabilidad que dan el dinero y la fama.
El drama de una niña
Las evidencias aportadas por familiares de la niña y por ella misma, hablan de una relación madre-hija atravesada por los conflictos y el desapego. Es una criatura rota desde mucho antes de alcanzar una no tan anónima y vicaria notoriedad pública. De familia numerosa, creció yendo y viniendo a hogares distintos. Maltratada siempre, escasamente comprendida en sus conflictos y en sus ansiedades. La ideación suicida la asaltó muchas veces.
Las conversaciones por whatsapp entre ella y su madre están llenas de palabras soeces y amenazas de la progenitora. Describen sin matices el poco valor que le daba como hija y como persona. Haberla descubierto como la gallina de los huevos de oro no morigeró la violencia y el desprecio mutuos. La niña fue desde siempre consciente de que su madre la había convertido en mercancía sexual.
No era la primera vez que Martha Vanessa Chevalier sacaba provecho de su hija, pero Wander Franco era una mina de diamantes. Él se arriesgó a la sanción de las Grandes Ligas; ella lo apostó todo al chantaje. El dinero conseguido por esta vía le permitió adquirir bienes diversos. Sagaz, habría logrado la firma de un contrato de confidencialidad con precio estipulado. Un negocio redondo.
Hasta que un día, dicen que como reacción al supuesto nuevo idilio de Wander Franco con otra adolescente, la niña explotó en las redes. Lo dijo palabra por palabra: había mantenido relaciones sexuales con el pelotero desde poco antes de cumplir los catorce años. Después, quiso lograr que sus publicaciones fueran borradas de la página web de un «comunicador» al que le había confiado la información. Pero las redes se nutren del escándalo y el escándalo estaba servido, famoso de por medio. La respuesta de la madre a la publicación fue insultar a la hija con palabras de encendidos colores. Acusarla de labrarle la desgracia y, muy probablemente, de arriesgarla a represalias del entorno de Wander Franco.
La desesperada estrategia de Martha Vanessa Chevalier para ocultar sus delitos, actúa en su contra. Nueve meses después del diciembre del 2022, en el que el pelotero se llevó a su hija durante dos días «sin su consentimiento», reaccionó ante la Fiscalía de Niños, Niñas y Adolescentes acusándolo de sustraerla. También presentó denuncia de secuestro contra familiares en cuya casa se refugió la menor para escapar del ambiente de violencia de la casa materna. Un tiempo demasiado dilatado para que su indignación moral fuera creíble.
El desenlace preliminar ha sido más que publicitado, comentado y exprimido en los medios y las omnipotentes redes: multa y presentación periódica para él; multa y arresto domiciliario para ella. ¿Proporcionalidad en la medida de coerción o ideología patriarcal haciendo de las suyas en los tribunales de justicia?
Desproporción
Por donde quiera que se mire, Martha Vanessa Chevalier es indefendible. La explotación sexual comercial de su propia hija menor de edad, repele. Pero a la decisión del tribunal subyace algo más que la mera impartición de justicia: el castigo a una mujer que no ha sabido ser «buena madre». Déficit misional que no puede ni debe ser pasado por alto.
El acusado de abuso sexual puso la solución de su caso «en manos de Dios». El juez Romaldy Marcelino sirvió de intérpete de las manos divinas y dibujó en los labios de Franco una sonrisa exhibida con beneplácito a la salida del tribunal. Ni impedimento de salida ni arresto de ningún tipo, pese a que el Ministerio Público, en su acta de acusación, pidió penas iguales para ambos imputados, estableciendo para él el peligro de fuga basado en las veces en que viajó al exterior tras no acudir a las citaciones que le hiciera el tribunal. Podrá vivir libremente, e incluso viajar (¿y quedarse?), mientras dure el proceso.
Martha Vanessa Chevalier no podrá hacer nada de lo que le estará permitido a su cómplice en la «asociación de malhechores», «lavado de activos» y «explotación sexual comercial infantil». Para ella, el juez Marcelino obedeció sin chistar la solicitud del Ministerio Público.
Una mala madre, que además hace caso omiso de las «normas morales» que las mujeres «decentes» están obligadas a observar, no merece beneficiarse de la razonabilidad de la decisión judicial y debe ser sancionada de la más drástica manera posible.
Martha Vanessa Chevalier no tuvo motivos para sonreír como lo hizo su cómplice. No podía tenerlos. Estaba condenada de antemano.
Diario Libre