Si el argumento de Trump, o de sus seguidores inmediatos, para desconectar a Europa de la protección norteamericana, fuera el de que los tiempos han cambiado y por lo tanto la OTAN de hoy no puede ser la misma que existía durante la Guerra Fría, habría que concederles toda la razón del mundo. En efecto, de acuerdo a la tácita ideología de la OTAN, su tarea fundamental era proteger al llamado “mundo libre” del avance imperial de la URSS y sus aliados. ¿Por qué no ha argumentado así Trump?
LA OTAN HA SIDO MÁS NORTEAMERICANA QUE EUROPEA
Dejando de lado la impresión ya generalizada de que Trump y su grupo no son seres argumentativos, hay otras razones que explican ese silencio. Por de pronto no fue la OTAN, ni tampoco los Estados Unidos, las entidades que derrotaron al comunismo soviético. Los muros del comunismo se vinieron abajo no por las embestidas de sus enemigos externos, sino como consecuencia de revoluciones democráticas cuyos sujetos principales fueron las ciudadanías políticamente organizadas en los diferentes países comunistas.
Dicho en exacto sentido, la derrota del imperio soviético no fue militar sino política. Fue una rebelión en cadena de diversas polis en contra de sus respectivos estados dictatoriales. De las revoluciones democráticas habidas en la historia de la humanidad, esta fue, sin duda, la más democrática de todas.
Ni Solidarnosc, ni Charta 77, ni los grupos democráticos de la RDA, estaban vinculados a la OTAN y mucho menos a los EE UU. Tampoco lo estuvo la declaración de independencia de Ucrania del año 2001, cuando por mayoría absoluta los ucranianos decidieron emanciparse de la URSS para convertirse en lo que niega Putin: una nación independiente y soberana.
Efectivamente, la OTAN no hizo absolutamente nada para provocar la debacle de las dictaduras comunistas, solo sirvió de medio de contención hipotético, en caso de que la URSS decidiera una invasión a algún país de Europa Occidental . Ni Estados Unidos ni la OTAN
reaccionaron en contra de las invasiones soviéticas a Hungría y a Checoslovaquia. Tampoco hicieron nada en contra de la construcción del muro de Berlín. Las razones de esa inacción pueden ser muy comprensibles (Estados Unidos no quería provocar una tercera guerra mundial) pero no tienen nada que ver con la mentira con la que se alimenta el gobierno de Trump relativa a que los Estados Unidos a través de la OTAN se han sacrificado por Europa.
El rol verdaderamente protector de la OTAN surgió después de la caída del comunismo, y este no fue otro que aceptar las solicitudes de los países excomunistas para entrar a la organización, entre otras razones, para ser protegidos de un eventual nacimiento del revanchismo ruso, como fue efectivamente el de Putin desde la segunda invasión a Chechenia. Reagan, Tatcher y Kohl, solo dieron el visto bueno al derrumbe del comunismo, pero la verdad es que no hicieron mucho por derrumbarlo
No pocos observadores pronosticaron que, en vista de la aparente democratización surgida en Rusia desde Gorbachov y Jelzin, la OTAN pasaría a ser una institución obsoleta. Visto así, el hecho de que Europa no continuara sus programas de armamentismo, que bajara sus presupuestos destinados a la defensa de sus naciones, y que siguiera contribuyendo a la OTAN menos que los EE UU, son hechos que se explican por razones que no tienen mucho que ver con el oportunismo de los gobiernos europeos, como ha hecho creer Trump a su gente. Una de esas razones es que, después del derrumbe del comunismo, nada hacia augurar que pronto iba a emerger un enemigo mortal en contra de Europa y la OTAN, como hoy es el imperio ruso, avanzando desde Ucrania y amenazando a Occidente, incluyendo a los EE UU. Europa, simplemente, no se sentía amenazada por Putin. Todo lo contrario. Hasta la invasión a Ucrania, el centro político europeo alentó la cooperación económica y diplomática con Rusia. Incluso el gobierno de Bush incorporó a Rusia en «su» lucha en contra del terrorismo internacional. Los hechos son hechos y no opiniones.
La amenaza del imperio ruso comenzó a cristalizar en 2014 con la toma de Crimea por las tropas de Putin. Bajo esas circunstancias, el gran error de los gobiernos de Europa fue apostar por la política del avestruz imaginando que los enormes compromisos económicos contraídos por la Rusia de Putin con países europeos iban a impedir para siempre una confrontación de carácter continental. Fue también el mismo error de Putin. El dictador ruso no calculó que el 24 de febrero del 2022, cuando Rusia avanzó hacia Kiev, y Ucrania resistiera el feroz embate, los gobiernos europeos entenderían que estaba comenzando a tener lugar un “cambio de los tiempos” (para usar la expresión que consagrara Olaf Scholz). Lo mismo entendió el gobierno de los Estados Unidos. Por eso la OTAN comenzó a renacer desde sus cenizas y sus ejecutivos decidieron hacerla jugar un papel similar al que había jugado durante el periodo de la Unión Soviética: un símbolo militar (no mucho más que un símbolo) de las democracias del mundo.
No fue, lo hemos repetido mil y una vez, la amenaza de la OTAN la que provocó la invasión de Rusia a Ucrania sino al revés, fue esa invasión la que activó el antiguo/nuevo rol de la OTAN, a saber: servir de muro de contención frente al avance, no del comunismo esta vez, sino de algo mucho más agresivo: el renacimiento imperial de Rusia bajo Putin. Pues bien, precisamente en los momentos más críticos vividos por Europa desde el aparecimiento del nazismo en Alemania, los Estados Unidos de Trump han decidido abandonar la alianza atlántica y con ello a la OTAN, dejando a Ucrania y a Europa libradas a su suerte frente a las ambiciones territoriales del imperio ruso. Esa es la ya, en diversos medios como tal reconocida, traición de Trump. Traición a Ucrania, traición a Europa, traición a la propia tradición democrática de los Estados Unidos.
LA TRAICIÓN DE TRUMP
Para Trump, así corean sus seguidores, Estados Unidos no tiene por qué sacrificar parte de su erario para intervenir en una guerra que no es la suya. Pero Trump y su equipo olvidan un detalle de no poca importancia. Hasta entonces la OTAN favoreció siempre y mucho más a los intereses de los Estados Unidos que a los de Europa, incluyendo aventuras en las cuales los gobiernos europeos se resistían a participar. La invasión a Afganistan contó con el apoyo de Europa. La invasión a Irak y todas sus malignas secuelas, contó con el apoyo de Europa. El abandono norteamericano a la resistencia siria, la que terminaría por abrir los corredores de ese país a las tropas de Putin para que aniquilaran y saquearan ciudades como Alepo y Homs, contó con el apoyo de Europa.
En todo lo relacionado con las acciones de la OTAN después del comunismo, estas tuvieron mucho más que ver con la estrategias norteamericanas que con las europeas. Prácticamente, dentro de la OTAN, Europa sacrificó sus propios intereses a los de Estados Unidos. Las grandes oleadas de refugiados provenientes de las matanzas realizadas por, o con el acuerdo de los Estados Unidos en el Oriente Medio, fueron recibidos por los países europeos, hecho que ha provocado el crecimiento de partidos neofascistas apoyados desde Rusia y, ahora, desde los propios Estados Unidos de Trump, Vance y Musk.
No, los Estados Unidos no se han sacrificado por Europa. Esa es una mentira trumpista. Más bien sucedió lo contrario. La OTAN era una institución puesta mucho más al servicio de los intereses y ambiciones geoestratégicas norteamericanas que a las europeas. Bajo esas condiciones, los gobernantes europeos consideraban como legítimo el hecho de que las contribuciones de sus países a la OTAN fueran menores a las norteamericanas.
El abandono de la alianza atlántica, ya perfilado en la política exterior norteamericana no es, sin embargo, un resultado de mentes trastocadas. Independientemente a las siempre contradictorias opiniones con las que cada día nos regala Trump, es posible percibir que, debajo del aparente manto de irracionalidad del que el presidente parece enorgullecerse, hay efectivamente, si no una doctrina acabada, una estrategia política.
Para decirlo en tono de síntesis, la idea de un nuevo orden mundial que supone una también nueva repartición del mundo entre los tres poderes imperiales, surge de un modo cada vez más visible en el horizonte. Un proyecto que a primera vista parece continuar una tendencia predominante en materia de política internacional norteamericana basada en los principios del pragmatismo realista inaugurados por Henry Kissinger.
DE KISSINGER A TRUMP
Para entender mejor los ya antiguos principios norteamericanos, puede ser importante leer nuevamente el libro clásico de Kissinger, Diplomaty, publicado en 1994. En ese libro, Kissinger desarrolla y explica sus ideas básicas. Las más importantes son: 1. Para actuar en la arena internacional hay que partir de condiciones que pueden no ser las más deseables. 2. Estas condiciones deben estar basadas en la existencia de poderes mundiales. 3. Entre esos poderes (Kissinger los llama “pilares”) hay que mantener un equilibrio para lo cual es necesario llevar a cabo una política de concesiones mutuas (incluyendo naciones completas)
Visto así, la doctrina Trump pareciera basarse en principios kissingerianos. Sin embargo, hay una diferencia muy importante entre la escuela realista kissingeriana y la que representa en estos momentos el gobierno de Trump. Y es la siguiente: para Kissinger, Estados Unidos debía adaptarse a condiciones objetivamente dadas en el globo terrestre. Para la política internacional trumpista, en cambio, no se trata de acomodarse a relaciones externas, sino todo lo contrario: de subvertirlas y ordenarlas bajo la égida internacional de los Estados Unidos. Quiere decir: Entre sacar el mejor partido sobre condiciones dadas, según Kissinger, y crear nuevas condiciones todavía no dadas para sacar sobre ellas el mejor partido, según Trump, no hay demasiada compatibilidad.
A diferencias de la política internacional de Kissinger, a la que podemos entender como conservadora, y la que representaría Trump, a la que podemos entender como revolucionaria, hay una diferencia fundamental: Para Kissinger, la opción prioritaria era actuar de acuerdo a un orden que presupone el equilibrio mundial. Para Trump en cambio, se trata de desequilibrar el orden mundial a favor de las pretensiones tecnoeconómicas de los Estados Unidos. Luego, si hay instituciones internacionales que contradigan el proyecto trumpiano, esas deben ser dinamitadas hasta hacerlas desaparecer. En ese sentido la política internacional del nuevo Estados Unidos se parece mucho a la de la nueva China. Para los líderes de ambas naciones se trata de crear un nuevo orden mundial. Ese nuevo orden mundial debe estar basado en principios económicos y no políticos, mucho menos culturales (como imaginó Hungtinton). La nación económicamente más fuerte, según ese paradigma, deberá imponer condiciones a las demás, aunque sea contraviniendo leyes internacionales y, por lo mismo, a las instituciones sobre las cuales estas se sustentan. Por eso Trump está dispuesto a abandonar la OTAN y, si es preciso, como ya adelantó Elon Musk, a la propia ONU.
EL NUEVO ORDEN MUNDIAL DEL TRUMPISMO
Una nueva repartición del mundo presupondría -según divisamos ya en la nueva doctrina Trump- permitir que Rusia se haga de los territorios que pertenecían al imperio soviético, sobre todo Ucrania, los países bálticos, Eslovaquia, Moldavia, Georgia y probablemente Rumania. China, bajo ciertas condiciones arancelarias, podría quedarse con Taiwán. Estados Unidos con Groenlandia, y si las cosas se dan bien, intentar una fórmula sofisticada para anexar formal o informalmente a Canadá. En el momento actual, se trata de terminar, bajo condiciones dictadas por Rusia, la guerra en Ucrania. ¿Y Europa? Que haga lo que pueda para salvarse de sí misma, es la opinión predominante entre la tropa política trumpista.
¿Estamos frente a la formación de un nuevo imperio norteamericano o simplemente frente al último estertor de Estados unidos como potencia mundial? ¿O frente a las dos cosas a la vez? Que del futuro se preocupen los futuristas, debe pensar Trump. En fin, de lo que se trata por el momento, opinamos lo que no estamos de acuerdo con el imperio de la ley de la jungla (como dijo acertadamente -aunque con otras intenciones- el comisionado chino para asuntos europeos, Lu Shaye) es oponernos, cada uno en nuestra propia polis, al advenimiento de un orden trumpista, orden que pasa por la destrucción de toda norma legal o moral, que abandona a millones de seres humanos a su suerte, que reduce a la nada al capital de los capitales: ese capital ignorado por la economía trumpista, ese capital que se llama libertad constitucionalizada.
Cada afirmación contiene desde su comienzo a su propia negación, aprendimos de Hegel. Esa negación ya comienza a hacerse presente en donde Trump y Putin menos lo esperaban: en la vieja y decadente Europa. Los gobiernos europeos están demostrando, ante la adversidad, una capacidad de reacción admirable.
Por de pronto, la que ya está emergiendo será una Europa armada, pero no para invadir a nadie sino para defenderse, en primera línea, del avance del imperio ruso. Sobre ese tema escribiremos pronto otro artículo. Digamos por el momento que esa futura Europa, surgida de una amenaza existencial, no estará sola. En su proyecto por defender a la democracia institucional (otros la llaman, liberal) frente a sus enemigos, contará con aliados situados más allá de Europa.
Canadá, Australia, Japón, Corea del Sur, uno que otro gobierno latinoamericano y, sobre todo, las enormes potencialidades democráticas que anidan en la tradición de los Estados Unidos, podrán alinearse en torno a esa nueva Europa. No es poco.
Opuesto a Rusia, a China y a Trumpilandia, podría surgir un cuarto imperio: el imperio de la razón y de la democracia: el de la Carta Magna inglesa, el de las declaraciones de los Derechos Humanos en Francia y en los Estados Unidos, el de las revoluciones democráticas, entre ellas la de Ucrania, las que nos liberaron del comunismo y ahora podrían liberarnos del putinismo. Y, si no lo hacen los propios norteamericanos, también del trumpismo.
(c) Polis: Política y Cultura
Fuente original: https://polisfmires.blogspot.com/2025/03/fernando-mires-la-era-de-los-tres.html